30 de mayo de 2016

Departamento de Corrección y Rehabilitación: un monstruo gigantesco

Jessica M. Martínez Rosado
Estudiante de Periodismo
Escuela de Comunicación
Universidad del Sagrado Corazón


Degradados como los bonos confinados del País
(Editorial)

            El Departamento de Corrección y Rehabilitación de Puerto Rico (DCR), no le hace honor a su nombre. Los sentenciados del País quedan como niños abandonados a su suerte bajo la tutela de un organismo gubernamental que los ingresa en instituciones que son todo menos centros de resocialización.
 “Se burlan cuatro paredes, rutina puerta cerrada y un carnaval de barrotes bailando sobre mi cama”, así, tal cual lo entonaba Frankie Ruiz en su éxito “Mi libertad”, sin chispa de esperanza y en el olvido, ven pasar su vida tras las rejas las comunidades carcelarias de Puerto Rico.
            La indiferencia con la que son tratados los privados de la libertad, los llamados delincuentes, es tangente. Sin poner en tela de juicio, ni justificando las faltas a las leyes, todos tenemos claro que si se comete una falta se debe pagar por ello, pues esa es la esencia que mueve al DCR, pero Puerto Rico no es el país más maduro en materia de derechos humanos.
            En teoría todo está perfecto, pero en la práctica al propio organismo y a la sociedad se les ha olvidado que cumplir una condena no es sinónimo de perder el estatus como ciudadano.  Ser un “reo” implica pagar el costo que han dejado los delitos cometidos, mas no es igual a perder derechos esenciales como el derecho garantizado a tener una vida digna.

Sin prevención de malos hábitos alimentarios en las escuelas

Perla Alessandra Hernández Negrón
Estudiante de Periodismo
Escuela de Comunicación
Universidad del Sagrado Corazón

Culturalmente cómplices de una mala alimentación
(Editorial)

            ‘‘Culturalmente’’, ‘’Culturalmente’’, ‘’Culturalmente’’, culturalmente es aceptable asesinarnos y asesinar a nuestras generaciones a través de una pobre alimentación.
            Y es que mientras 2.3 millones de personas en el mundo fallecen anualmente a causa de obesidad y sobrepeso, en Puerto Rico ignoramos las estadísticas a la vez que nos comemos un bacalaíto bañado en aceite. Nos importa poco, porque culturalmente estar ‘‘gordito’’ es sinónimo de salud. Nos importa poco, porque culturalmente debemos hartarnos de las grasas saturadas y los azúcares que nos hacen más propensos a ataques del corazón, diabetes y otras enfermedades relacionadas al peso.
            Lamentablemente, ni la prevención periódica ni los días de concienciación sobre afecciones, son suficientes para que nos demos cuenta que la empanadilla de pizza con refresco que comemos de almuerzo, o peor aún, la que almuerzan nuestros hijos, son excesivamente perjudiciales para la salud.

Trascendiendo la invisibilidad:una mirada a la comunidad transgénero y trasexual

Jean-Paul Castro Lamberty
Estudiante de Periodismo
Escuela de Comunicación
Universidad del Sagrado Corazón


Saliendo del clóset de la invisibilidad
(Editorial)

En el momento más neurálgico de nuestra historia, cuando abogamos por el reconocimiento de unos derechos que nos permitirán un mejor futuro, hace falta comenzar dando la lección por la casa.
En Puerto Rico, el 46.2 por ciento de la población vive bajo el nivel de pobreza, sin embargo casi todos podemos acostarnos a dormir en un techo seguro, con un estómago lleno luego de una cena y con la garantía de que si nos enfermamos, algún servicio de salud vamos a acceder.
Aún en ese escenario, uno de los peores que refleja nuestra sociedad, hay un sector de la ciudadanía que vive sin tener acceso a servicios básicos como la salud, los derechos y el mercado laboral. Este grupo, compuesto por alrededor de 25 mil personas en Puerto Rico viven completamente invisibles ante la sociedad y el estado.
Hoy por hoy, la comunidad transgénero, transexual y con variabilidad de género es el sector más discriminado en nuestro país y el mundo. El estado ni tan siquiera trabaja cifras que puedan adelantar el acceso a suplir sus necesidades. No se les reconoce el derecho a tener una identidad de acuerdo a lo que sienten y finalmente los culpamos por buscar alguna salida para sobrevivir y cumplir sus necesidades básicas.

Educación especial: una carrera que nunca termina

Mariana I. Rosado Meléndez
Estudiante de Periodismo
Escuela de Comunicación
Universidad del Sagrado Corazón

Educación especial: responsabilidad de todos
(Editorial)

            Los altos funcionarios del País que tienen la encomienda de velar por el cumplimiento de los derechos educativos y proveer los recursos necesarios para el progreso de cada estudiante no pueden continuar evitando asumir la responsabilidad ante la crisis en educación especial.
            Un dramático aumento poblacional en años recientes terminó desproporcionando la balanza que ya estaba desequilibrada desde un principio. Actualmente 160,522 estudiantes dependen de los servicios relacionados y las ayudas que ofrece el Departamento de Educación (DE) y la Secretaría Asociada de Educación Especial (SAEE).
            De acuerdo al DE y la Unidad de Querellas y Remedio Provisional, el problema actual de los pagos se da por la falta de liquidez del Departamento de Hacienda y se lavan las manos cuando los proveedores de terapias mediante remedio provisional exigen una respuesta.